En el último tema que nos ocupa en nuestra línea del tiempo tratamos, entre otros, del génesis del sistema educativo español. Para poder comprender la consecución de hechos que se llevan a cabo pensamos que es necesario situarnos en el espacio y en el tiempo; por esto la última entrada de nuestro blog tratará de que nos situemos a través de los hechos históricos. Pasaremos a relatar a continuación los hechos más relevantes en España en el siglo XIX.
La Guerra de la Independencia (1808-1814) supone un periodo histórico decisivo para la historia española: en primer lugar, por la intensidad del conflicto, que durante varios años desangrará nuestro país y causará importantes daños en la economía y en la población; en segundo lugar, porque, al participar en ella no sólo el ejército regular sino también el pueblo de todas las zonas de España, unido frente a una invasión extranjera, esto deja una importante huella sobre la identidad española, es decir, se conforma definitivamente la Nación española; finalmente, es una guerra con importantes implicaciones políticas, ya que, por un lado, es una guerra civil que divide a los españoles en dos, los que apoyan a la nueva monarquía bonapartista y los que la rechazan y, por otro lado, es el marco en el que se inicia la revolución liberal en España con la convocatoria de nuevas Cortes y la proclamación de la Constitución de Cádiz de 1812.
El 19 de marzo de 1812 fue aprobada en Cortes la nueva Constitución (de allí su sobrenombre, “La Pepa”), considerada como la más avanzada de Europa en ese momento e incluso modelo para Constituciones posteriores, españolas y extranjeras. Entre sus principales características podemos destacar la soberanía nacional, el reconocimiento de los principales derechos y libertades de los ciudadanos, la separación de poderes, la importancia de que la educación primaria llegara a toda la población y el catolicismo como la religión oficial del Estado.
La vuelta de Fernando VII a España, finalizada la Guerra de Independencia, supone el intento, por parte de los grupos privilegiados y de la monarquía tradicional, de volver de nuevo al Antiguo Régimen, revocando los principios liberales que se habían establecido en las Cortes de Cádiz. Se inicia así un periodo de pugna entre los defensores del pasado – personificados en la figura absolutista del rey- y los defensores de los nuevos cambios políticos y sociales, que recurren a las conspiraciones y a los levantamientos militares, alguno de ellos con éxito.
La vuelta de Fernando VII demuestra rápidamente sus intenciones absolutistas y suprime la Constitución de 1812 y el resto de los decretos de las Cortes de Cádiz. También se restablece el tribunal de la Inquisición.
Hay que situar esta política en el contexto internacional de la época: se trata de la “Restauración”, el intento general de volver al Antiguo Régimen tras el final de las guerras napoleónicas. Los liberales son perseguidos: unos, encarcelados o asesinados, otros exiliados. Recurren a las conspiraciones para recuperar el poder. Finalmente, en 1820, el Coronel Riego encabeza un exitoso levantamiento militar (en esa época se habla de un “pronunciamiento”) en Cabezas de San Juan (Sevilla): el rey se ve obligado a jurar de nuevo la Constitución de 1812.
A continuación encontramos la época denominada como Trienio Liberal, que recupera gran parte de la obra legislativa y política de las Cortes de Cádiz, pero las disputas entre los mismos liberales (“moderados” y “exaltados”) y la oposición de los grupos absolutistas, en especial la propia figura del rey, contribuyeron a su rápido fracaso. A esto hay que añadir además, como factor decisivo, la intervención exterior: la Santa Alianza consideraba como un gran peligro con posibilidad de contagio cualquier revolución liberal en Europa, por lo que decide intervenir: tropas francesas (los llamados “cien mil hijos de San Luis”) entran en España y colocan de nuevo como rey absolutista a Fernando VII.
Desde la Guerra de la Independencia (1808-1814) hasta el Sexenio Democrático (1868-1874) se desarrolla en España un largo proceso de revolución liberal. Así, se crea una nueva organización política, con la Soberanía ya no sólo en manos del rey o reina, con una Constitución como ley máxima y con un sistema de elecciones. Se configura un Estado moderno con nuevas instituciones (como la Guardia Civil) y una nueva división administrativa (organizada en provincias, y, generalmente, muy centralizada). La economía es más libre, de tipo capitalista. Y, desde el punto de vista social, existe una nueva clase social dirigente, la alta burguesía, muy relacionada no obstante con la antigua aristocracia, y aparecen nuevos grupos sociales como los proletarios. Este proceso de transformación, general en Europa, tendrá en España, como veremos a partir de ahora, numerosas dificultades.
La lucha dinástica entre la todavía niña Isabel II y su tío Carlos María de Isidro obliga a la regente María Cristina a apoyarse en los liberales. Así, los liberales entran en el gobierno por primera vez con el apoyo de la Corona, y sus diferentes partidos políticos (moderados, progresistas, unionistas) se alternarán en el poder durante el reinado de Isabel y construirán un nuevo Estado conforme a sus ideales políticos. Este modelo político se verá enfrentado, no obstante, con los defensores del Antiguo Régimen (guerras carlistas). Este ambiente de inestabilidad será promovido también por los militares, que intervendrán de manera activa en la política del momento, incluso mediante levantamientos y conspiraciones (los pronunciamientos). Finalmente, la exclusión política y social de amplias capas de la población provocará revueltas e irá limitando poco a poco el apoyo a estos gobiernos liberales y a la propia Isabel II, lo que provocará su caída en la denominada La Gloriosa, la Revolución de 1868.
Tras la abolición de la Ley Sálica y la muerte de su padre, Fernando VII, en 1833, Isabel II sube al trono español con sólo tres años de edad. Su tío Carlos María de Isidro rechaza el testamento de su hermano Fernando y se proclama también rey de España, provocando una insurrección apoyada por los defensores del Antiguo Régimen, que se ven representados en la figura del nuevo Carlos V bajo el lema “Dios, Patria y Fueros”. La causa isabelina, representada por su madre, la regente María Cristina, necesita urgentemente nuevos apoyos para poder hacer frente al carlismo, por lo que se dirige a los liberales, que exigen a cambio el fin del absolutismo y del Antiguo Régimen.
La insurrección carlista tiene un amplio eco en el País Vasco y Navarra, así como en zonas del interior de Aragón, Valencia y Cataluña. Son zonas rurales, con una gran influencia del clero, pervivencias forales y temor a las reformas liberales. A pesar de algunos iniciales reveses liberales, los carlistas, comandados por Zumalacárregui, no logran finalmente tomar ninguna ciudad importante (fracasos en Bilbao, Madrid y Zaragoza). A partir de 1836, los cristinos (liberales) comienzan a dominar la situación, lo que unido a las disensiones internas carlistas hacen que se inicien conversaciones de paz (Abrazo de Vergara entre el general carlista Maroto y el liberal Espartero). No será hasta 1840 que se acabe la primera guerra carlista, con la pacificación total del Maestrazgo.
La Regencia de María Cristina (1833-1840) se inicia con un gobierno de absolutistas moderados, pero los éxitos carlistas hacen que se busque el apoyo de los liberales, que, con el Estatuto Real de 1834, ya inician una serie de reformas, muy limitadas todavía. La presión popular y militar hace que los progresistas tomen el poder: Mendizábal decreta el fin del régimen feudal de la tierra y la desamortización de los bienes del clero, y con la nueva Constitución de 1837 se defiende la Soberanía nacional, la separación de poderes (aunque muy controlados por la Corona) y los derechos individuales. Este período concluye con los moderados en el poder (Narváez). El progresista general Espartero, muy popular tras la guerra carlista, asume la regencia entre 1840 y 1843.
Tras la mayoría de edad de Isabel II (1843) se suceden diferentes gobiernos: el de la Década Moderada (1844-1854). Narváez impone una política más moderada (nueva Constitución de 1845); el bienio Progresista (1854-1856) Tras el pronunciamiento de Vicálvaro, los progresistas vuelven al poder; el gobierno de Unión liberal (1856-1863) liderado por O´Donnell. Se busca una política exterior de prestigio con expediciones a México, Indochina, Marruecos o al Pacífico; y por último los gobiernos moderados (1863-1868), cada vez más autoritarios.
Tras el éxito de la Revolución de 1868, “La Gloriosa”, la reina Isabel II se exilia y se intenta crear un régimen liberal más democrático, pero cuya inestabilidad hace que pase en pocos años por diferentes etapas: gobierno provisional, Regencia, Monarquía de Amadeo I y República, unitaria y federal. Este intento democrático fracasará por las disensiones internas de los grupos que lo promovían (progresistas, demócratas, republicanos), por la oposición de los grupos más moderados (carlistas, liberales moderados) y por el alejamiento al proyecto de gran parte de los sectores populares, que optan por otras opciones políticas (cantonalismo, anarquismo, marxismo). En 1874, un nuevo pronunciamiento, el de Martínez Campos en Sagunto, proclama la vuelta de los Borbones con un nuevo rey, Alfonso, hijo de Isabel. Se inicia así el periodo conocido como Restauración.
El autoritarismo de los últimos gobiernos moderados, la exclusión del poder del resto de los partidos y la fuerte crisis económica iniciada en 1866 fueron los factores que llevaron a la Revolución. Esta se inicia en septiembre de 1868 con una insurrección militar: es el almirante Topete quien subleva a la Armada en Cádiz, y pronto se unen otras unidades militares, así como los generales exiliados Prim y Serrano. Al mismo tiempo, se proclaman Juntas Revolucionarias en varias ciudades. Las tropas leales a la reina no pueden detener al ejército sublevado en la batalla de Puente de Alcolea (Córdoba), por lo que el gobierno dimite y la reina se exilia. Ha triunfado la revolución, la denominada “La Gloriosa”.
Uno de los primeros logros de la Revolución es la Constitución de 1869, considerada la primera democrática de nuestro país. Entre sus aspectos más novedosos podemos destacar que se proclama con claridad la Soberanía nacional popular, con los tres poderes independientes y por primera vez con Sufragio Universal masculino. Como forma de Estado sigue la Monarquía, pero ahora constitucional, se amplían los derechos individuales (que ocupan un tercio de toda la Carta Magna) e incluso se aceptan derechos sociales. Destaca el derecho de reunión y asociación, esencial para los primeros movimientos obreros. Se da gran poder a las Cortes, bicamerales, con capacidad para hacer leyes y controlar al gobierno.
Tras la revolución se disuelven las Juntas Revolucionarias y el gobierno provisional se constituye en Regencia, con Serrano como regente y Prim como jefe de gobierno. Destacan las medidas económicas para intentar salir de la crisis: se crea una nueva moneda, la peseta, se adopta el librecambio y se permite la inversión extranjera. Pero la cuestión principal es buscar un nuevo rey y, desechadas las opciones borbónica y carlista, hay que hacerlo entre las dinastías extranjeras. Se elige a Amadeo de Saboya, hijo del rey Víctor Manuel II, que había protagonizado la unificación italiana. Pero Prim, el principal valedor del nuevo rey, muere asesinado (27 de diciembre de 1870) pocos días antes de la llegada de Amadeo a España.
El nuevo rey se enfrenta a una situación muy difícil: extranjero, con muy pocos apoyos y demasiados enemigos (carlistas, monárquicos borbónicos, parte del ejército, republicanos y movimientos obreros). A todo esto hay que sumar la inestabilidad que provocan el nuevo levantamiento carlista (la Tercera Guerra carlista) y la sublevación independentista cubana (iniciada en 1868 tras el llamado Grito de Yara). Ante esta situación, Amadeo I renuncia al trono español el 11 de febrero de 1873. Ese mismo día, las Cortes proclaman la Primera República española. La Primera República nace ya débil: no reconocida internacionalmente, sus apoyos políticos y sociales en el interior son también escasos. Además, los republicanos se dividen entre unitarios y federalistas, que discrepan respecto a la organización territorial del Estado (centralista o federal) y a la necesidad de más o menos reformas sociales (abolición de la esclavitud en Cuba, limitación del trabajo infantil, separación Iglesia-Estado y leyes fiscales más justas).
El primer presidente, Estanislao Figueras, es pronto sustituido por Francisco Pi i Margall, quien proclama la República Federal y propone una nueva Constitución, la de 1873, que no llegará a aprobarse. Los sectores republicanos más radicales defienden una revolución política desde los municipios, y provocan la insurrección cantonalista, muy activa en Andalucía y Levante.
Mientras, siguen la Guerra carlista y el levantamiento cubano.
Todo esto provocará la dimisión de Pi i Margall y la aparición de dos gobiernos republicanos más autoritarios: el de Nicolás Salmerón y el de Emilio Castelar, dando un giro más conservador a la joven república.
El 3 de enero de 1874, el General Pavía disuelve el Congreso de los Diputados, preparando el camino a la vuelta de la dinastía borbónica: en diciembre del mismo año el general Martínez Campos protagoniza un pronunciamiento en Sagunto y proclama rey a Alfonso XII, hijo de Isabel II. Se inicia así la Restauración Borbónica.
Paula.
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